La Cacería del Pato (Kuirisi-atakua): Memoria de un Ritual Sagrado del Lago

Este ritual, hoy casi extinto y objeto de debate por su conservación, es uno de los elementos más antiguos y exclusivos de la zona lacustre de Pátzcuaro. El pato, considerado un platillo ritual de la élite purépecha, era ofrecido a los difuntos para honrar su regreso, siendo un testimonio de la autenticidad ancestral que aún reside en la cuenca del lago.

En el corazón de la Noche de Ánimas, cuando el velo entre el mundo de los vivos y los muertos se hace más delgado, existía un ritual que unía al hombre, al lago y a sus ancestros de una forma profunda y silenciosa: la cacería ceremonial del pato, o Kuirisi-atakua. Esta tradición, que antiguamente era el preludio sagrado de la velación en las comunidades de la ribera, hoy sobrevive principalmente como una poderosa memoria, un eco de la abundancia que un día caracterizó al Lago de Pátzcuaro.

El Ritual Nocturno: Un Vínculo con el Pasado

En las primeras y más frías horas del 1 de noviembre, antes de que el sol tocara el agua, los cazadores purépechas, especialmente los de la isla de Janitzio, se adentraban en el lago. No lo hacían con el estruendo de una cacería deportiva, sino con el sigilo y la reverencia de quien cumple una misión sagrada. Deslizándose en sus canoas de madera, se convertían en sombras sobre el agua, buscando al pato silvestre que sería el manjar principal en la ofrenda para sus difuntos.

La destreza era fundamental. Armados con herramientas ancestrales como el t’irhempo (un lanzador de dardos) y la ch’úpiri (una lanza fina de tres puntas), los cazadores demostraban una habilidad transmitida por generaciones. Atrapar a las aves al vuelo o sorprenderlas en los tulares requería un conocimiento íntimo del lago, de sus vientos y de sus silencios. Cada pato capturado no era un trofeo, sino un regalo para las ánimas que esperaban su regreso.

La Realidad Actual: El Silencio de un Lago Herido

Hoy, el eco de los t’irhempos ha cesado. La práctica del Kuirisi-atakua se ha desvanecido casi por completo, no por falta de voluntad o de fe, sino como una consecuencia directa de la crisis ecológica que enfrenta el Lago de Pátzcuaro. La contaminación, la deforestación y la reducción de sus aguas han devastado el hábitat de las aves migratorias. Los tulares donde anidaban han disminuido y los patos silvestres que antes llegaban por miles, hoy son una presencia escasa.

El lago, que un día fue fuente de vida y sustento para este ritual, ya no puede proveer. La cadena de conocimiento se ha roto; las nuevas generaciones ya no aprenden a manejar las herramientas ancestrales porque la oportunidad de practicar la cacería ceremonial ha desaparecido.

La Tradición que se Transforma

A pesar del silencio en el lago, el espíritu del ritual perdura. La tradición no ha muerto, se ha transformado. Las familias purépechas, con la misma devoción, siguen preparando los platillos para sus ofrendas. El pato en mole o en otros guisos tradicionales sigue siendo colocado con honor sobre los altares y las tumbas en los panteones. Sin embargo, estas aves ya no provienen de una cacería nocturna; ahora son patos domesticados, adquiridos en los mercados locales.

El Kuirisi-atakua pervive entonces como una leyenda, como una historia que los abuelos cuentan para recordar la riqueza de su lago y la profundidad de sus costumbres. Es un símbolo de la sagrada conexión que el pueblo purépecha tiene con su entorno y un recordatorio conmovedor de que la supervivencia de la cultura está inseparablemente ligada a la salud de la tierra y el agua que le dieron origen.

Aunque la cacería de patos ha disminuido con los años para proteger la ecología del lago, la memoria de este ritual ancestral vive a través de la Danza de los Pescadores. Esta representación, que se puede presenciar en muelles como el de Pátzcuaro o en la isla de Janitzio, simboliza la faena sagrada y la ofrenda que se lleva a las ánimas, siendo un testimonio vivo de la continuidad cultural de los pescadores Purépechas.

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